martes, 20 de noviembre de 2007

La hora del libro

Libro salvadoreño en EE.UU
Manlio Argueta (*)

SAN SALVADOR - Noviembre 3 y 4 del 2007 puede ser una fecha determinante para hacer trascendente una iniciativa que va más allá del éxito de colocar en dos días un lote de libros salvadoreños a más mil doscientas personas que asistieron porque creyeron en algo novedoso. Y lo fue en la medida que organizadores y beneficiarios mostraron su alegría de tener al alcance de sus manos a un Alfredo Espino, a un Oswaldo Escobar Velado, a un Roque Dalton, a un Hugo Lindo, a un Masferrer y a otros aún vivos, incluyendo testimonios recientes sobre la guerra. Anotémoslo en la agenda de la continuidad, editores, autores y promotores de la cultura. Y puntualicemos: la Feria era un acto privado, de una promoción de la exportación. No hay por qué buscarle tres pies al gato teniendo muchísimos más. Cuando me invitaron acepté con gusto, pues ya antes había escrito en mis trabajos periodísticos que si exportamos mango verde, totopostes, loroco, tamarindo. ¿Por qué no libros? ¿Quiénes son los que piensan que los salvadoreños no leen y se quedan así como estatuas de sal? ¿Miedo a los libros y a las ideas? Quizás, porque así parece. Pero eso se está convirtiendo poco a poco en historia. Sólo unos pocos viven aún en las últimas décadas del siglo XX.
Ok, la hora del libro llega tarde, pero a tiempo. Lo hemos experimentado y conocido. No es “paja” como se dice en salvadoreño. Me expreso por experiencias y saberes directos, sigo las normativas de que no hay que dar por cierto antes de indagar, no caer en una “visión cuadrada del mundo”, ver con un “tercer ojo”, que para mí es una visión no tradicional. Percibir por las intuiciones o “vibraciones”. Y esto no es literatura, es teoría de la física cuántica: “Conocer con las emociones para cambiar las posibilidades”. Dice el experto en cuántica, Dr. Fred Alan Wolf.
Sin proponérselo nadie, simultáneamente –¿quien estorba a quien? Nadie, por el contrario si cien flores se abren, como dicen los chinos, mejor-, se celebraba la Feria del libro en la Librería Azteca, situada en una esquina de habitantes sencillos y de presencia centroamericana, en la Western y Boulevar Adams. A la vez, había un Foro Cultural Salvadoreño en el Palacio de las Convenciones propiciado por instancias políticas tanto salvadoreñas como de la ciudad de Los Ángeles. La Feria del libro solo tenía en esa ciudad los apoyos morales de una librera de origen mexicano que trabajó más de una semana sin dormir pintando su librería con los colores de El Salvador, adecuando los pequeños dignos espacios.
Un compatriota desde aquella gran ciudad me preguntó: ¿Por qué lo han organizado en un lugar tan pequeño y quizás sencillo para una Feria del Libro? Ahora puedo decir la respuesta: porque ahí teníamos un ángel, pintando y remodelando. Sin ser salvadoreña creyó en su intuición mágica del “tercer ojo”, la gringo mexicana Teresa Ayala, propietaria de la librería Azteca.
Según los medios de prensa, los asientos del Foro Cultural permanecieron solitarios, soy testigo nada más por las fotografías, a mí que me fusilen. Lo de la Librería, apenas lo cubrió la prensa local, fue una fiesta y encuentro de muchos salvadoreños. Sin mayores aspavientos. Esto debe ser una lección para quienes promueven la cultura desde sus propias raíces. No lo digo para los políticos que promovieron el Foro, porque ellos tienen sus propios parámetros para medirse. El sector librero (autores, editores y comercializadores) están lejos de ofrecerles lección alguna. Sin embargo, cualquier evaluación que se haga nos indica que importar más de 5000 títulos a una ciudad de los Estados Unidos, con casi un millón de salvadoreños, debe llevarnos a una conclusión más estratégica: el libro une, el libro es necesario. El libro se impone y cohesiona la dispersión y anonimidad de lobos solitarios salvadoreños en aquel país inmenso donde no solamente en Los Angeles sino en la zona de Washington, Maryland y Virginia, Nueva York, Houston, Atlanta, suman ya casi dos millones y medio.
No se trata de competir con los políticos, aunque todo acto cultural es un acto político. Pero hay diferentes visiones políticas. En todo caso, se trata de sumar debilidades y fortalezas de unos y otros. Ojalá pudiéramos contar con una sumadora emotiva para lograrlo, pues quien se beneficia es la gran población hermana lejana –o distantes; y que si acaso están cerca es gracias a la tecnología nos pone a segundos o tres o cuatro horas de esas ciudades. Ellos sin ser parte de un plan político de Nación, son ya pilares de nuestra economía.
Vuelvo a repetirlo con palabras de Milán Kundera: “La vida está en otra parte”. Y sin embargo su vida es parte de nuestra vida, son los nuestros. Reitero lo que dije en el acto de inauguración –porque no siempre el periodista puede ser textual debido a los apuntes rápidos que toma en su libreta. Los salvadoreños deben defender sus intereses en los Estados Unidos, ahí tienen las oportunidades, ahí están educando a sus hijos, ahí encuentran fuente de financiamiento para la familia que dejó atrás, en nuestros veinte mil kilómetros cuadrados.
Es en los Estados Unidos donde 2.5 millones se sacrifican para alcanzar parte de los sueños humanos: subsistencia y bienestar. Es ahí donde se debe aprender inglés, sacar residencia, nacionalizarse, conocer el entorno donde están situados y tratar de incidir para que un sector político conservativo, cada vez más incomprensible, construye bardas y organizando los “pogroms” del siglo XXI, siendo los Estados Unidos una nación de emigrantes, y de gran fuerza multicultural. Fueron ¿o siguen siendo líderes de los derechos humanos? Lo son en su población en general, no la que gobierna pero sí la que vota y que opina. Aunque a veces el sector político cultive estereotipos y prejuicios de acuerdo a las coyunturas. Es su oficio. No lo critico. Pero el voto de las minorías puede incidir en lo contrario. Por eso deben nacionalizarse y votar ahí.
Debo decir que donde hay salvadoreños en gran escala, a excepción de Houston y Las Vegas, los he visitado, en más de 40 ciudades y 20 Estados de aquel país. La literatura me dio los instrumentos para conocer realidades del nuevo salvadoreño que se ha liberado de su ciudadanía de los 20 mil kilómetros cuadrados. ¿Qué hacer? Mi respuesta es el libro. El libro salvadoreño, y otros contenidos artísticos y culturales. Debo decir que en los Estados Unidos, conocí menos la mezquindad y ruindad que en muchos de nuestro ámbito Latinoamericano. Apoyémoslos entonces en su idioma y sus valores.
Ya en 1987, di un seminario sobre Literatura y Cultura Centroamericana, en una universidad de California (San Francisco State University) y en el mayor centro cultural hispano de esa ciudad, cuatro meses en cada institución. Ahí percibí la importancia del papel cultural para cohesionar grandes masas transnacionales.
¿Por qué no darles pan espiritual si recibimos tantos beneficios como Nación de los hermanos emigrados? ¿Por qué no hacerlo ahora que hay más oportunidades y menos paranoias ideológicas? Solo la voluntad nos lo impide. Y también limitaciones de visión. Démosles queso y loroco, pero también valores culturales.
La Feria del Libro en Los Ángeles es el primer gran paso. Apenas terminábamos de clausurar y ya estaba percibiendo la importancia de otra feria en el área de Washington y Nueva York. Cuando se lo expresé a la persona que me invitó, Gustavo Herodier, por parte del Programa de Promoción de Importaciones, se había adelantado: tenía la misma idea y la estaba poniendo en práctica. ¡Great!

(*) Novelista y poeta. Director de la Biblioteca Nacional de El Salvador. Presidente de la Fundación Innovaciones Educativas Centroamericanas (FIECA). Seis de sus libros han sido publicados al inglés y a otros idiomas.

No hay comentarios.: