domingo, 6 de enero de 2008

Pequeñas palabras


Con la llegada del año nuevo y gracias a una oferta de mi editora en EDH, he decidido iniciar una columna de breves historias que saldrá cada lunes. Hoy inicia la primera con "Moraleja negra del año viejo".
Los comentarios, críticas y sugerencias serán bienvenidos.

Moraleja negra del año viejo

William Alfaro, periodista
El Diario de Hoy


Ernesto despertó alterado, una rata enorme movió el promontorio de basura ubicada a unos centímetros de él. Esperaba con ansiedad al fiscal o una visita “familiar” en las bartolinas de la policía de Ilopango. Estaba a pocas horas de cumplir “las 72 de castigo”.
Mordía los labios y regresaba el hormigueo en las extremidades, pero aún más incómoda era la angustia, la desolación. Esa indigencia de estar rodeado de deshechos en esa celda hinchada de reducidos humanos.
Era casi mediodía del lunes 31. Pensaba que tendría que escuchar el jolgorio de fin de año en el bote. “Otras 72 horas”, imaginó atestado de incertidumbre.
Por ratos, la tristeza le cubrió como una mortaja al considerar en que el año terminaría, y él estaría encerrado por su “estúpida bocota”, por la rebeldía y por la “maldita soberbia” que le llevó a decir cosas que jamás haría. “Todo por una tontería”, repetía.
Estaba harto de lamentarse, de reclamarse en silencio, de insultarse por las paredes del cráneo. Quería volver a casa, tirarse en la cama y ahogarse en el sueño.
Al borde de las 2:00 de la tarde, cuando a lo lejos se escuchaban los primeros silbadores y morteros, llegó el abogado y el fiscal, quienes después de una breve charla le dijeron que se podía ir. Casi lloró de felicidad y de tristeza. Juró que volvería, no esa noche, no por otra estupidez, volvería con comida y un poco de esperanza para otros como él.
Había aprendido la lección. “El mejor regalo del año viejo”, afirmó para adentro, mientras fijaba su mirada en el cuadro
multicolor creado por un microbús que paleteaba paredes, montes y transeúntes.
Al llegar a casa durmió por horas y despertó al oír los escandalosos “cuetes” que darían la bienvenida al año nuevo. Sonrió al escuchar “yo no olvido el año viejo”, vio a su viejita que preparaba unos panes con pollo, se acercó a ella y la besó, a eso de las 12:00, con la libertad plena en los labios.

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