El Diario de Hoy
Nació a pocas cuadras de una cantina, cerca de un cementerio y a menos de un kilómetro de un hospital. Creció sin esperanzas, sin disciplina, rodeado de excesos, muerte y alcohol, sus amigos a los pocos años de vida.
Le llamaron “Colilla”, ya que se según un viejo vecino, comenzó comiendo las colillas de cigarro que tiraba su mamá, las que coleccionaba para fumarlas en la horas de ocio, las cuales eran muchas.
Se salvó de la guerra, pero no de los vicios. Comenzó con el guaro y con los años pasó por todo tipo de licor. Así vivió los tiempos más “locos” y, más tarde se dejó llevar por otras hierbas y varios polvos.
Vio morir a sus amigos, unos inmersos en los abusos y otros como amarga cosecha de la violencia, hasta que un día, cuando ya no tenía rumbo fijo encontró en la puerta, a punto de caerse, un niño que le pidió posada.
Abrió la puerta de la pieza del mesón y abrigó al niño con su mejor colcha. Guardó su sueño y poco a poco se dejó vencer por las horas.
Cuenta que cuando despertó buscó al cipote, y no lo encontró. En la cama, sin ninguna señal de haber sido ocupada, estaba una antigua foto de él con un vecino que conoció en la infancia. Era un niño flacucho, con una mirada muy dulce, quien coleccionaba hormiguitas.
Afirma que recibió la visita de un ángel, un amigo que siempre vivió en su memoria y que gracias a él se alejó del alcohol. Eso confiesa mientras grita con una Biblia bajo el brazo, en la plaza, allá por la esquina del Teatro.
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