lunes, 10 de marzo de 2008

Más allá de la Ceiba de Guadalupe (Pequeñas palabras)


Más allá de la Ceiba de Guadalupe

William Alfaro, periodista
El Diario de Hoy

El Rana despertó casi seis meses después del coma. La paliza que le propinaron, sin razón unos rudos pandilleros, casi le costó la vida.
Tenía cicatrices por lados y una profunda herida que le tocó el cerebro, pero de la que se recuperó con el correr de los años, aunque las secuelas, imperceptibles para quienes apenas le conocen, todavía siguen marcadas.
A diferencia del Rana, El Tecolote, quien buscó timar a quien encontraba a su paso, jamás pasó por un incidente tan grave. Vagó por los pupitres de las universidades y los cafés en busca de ingenuos.
En la adolescencia, ambos compartieron el mismo salón de clases, el dormitorio, el equipo de fútbol y la mesa en el internado del Emiliani.
Ninguno recuerda al otro. Ahora el Rana tiene un pequeño negocio, vende comida, con recetas muy ricas y tragos espectaculares, que aprendió durante muchos años en las cocinas de los hoteles y los populosos restaurantes del Bulevar de los Próceres.
Del Tecolote poco se sabe. “Se perdió o anda perdido”, dicen. Cuentan que se cambió el apodo cincuenta mil veces y su juego cada día se volvió más peligroso.
Cuando eran niños se contaban historias fantásticas, uno de los ruidos misteriosos de Apopa, y otro de los fantasmas de Apulo.
Jugaban al baloncesto y al caer la tarde cambiaban promesas de amistad. Eran parte de la pandillita de niños queridos por el Padre “Pachito” y el Padre Sebastián, prometedores e inteligentes.
Buscaron por diferentes calles la manera de salvarse, de descubrir que la vida estaba más allá de la Ceiba de Guadalupe, tal vez en una esquina de la Universidad de El Salvador, en una bartolina o un comedor sobre la 29 Calle Poniente.


1 comentario:

Mauricio Vallejo Márquez dijo...

El apodo del "rana" es común en todos lados por lo que veo. Después de un largo sondeo contabilizó 106 personas que tenían un conocido al que llamaban de esa forma. Saludos.