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Puerto Santa Lucía, Florida, 12 de mayo de 2007.
El Salvador será un lindo y sin (exagerar) serio país... Ro
que Dalton--El Salvador será un lindo y sin (exagerar) seri
o país... Roque Dalton--El Salvador será un lindo y sin (ex
agerar) serio país... Roque Dalton--El Salvador será un lind
o y sin (exagerar) serio país... Roque Dalton--El Salvador
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Edición especial dedicada al 32 aniversario de la muerte del poeta Roque Dalton
Debate postergado: Caso Dalton
Por Juan José Dalton
10 de mayo de 2007
“¿Verdad que vos escribiste esas babosadas de los tales Poemas Clandestinos, y los mandaste a repartir para que todo el mundo supiera que eran tuyos y que estabas en la guerrilla? ¡No lo negués, pendejo! ¡Ah y no sólo eso, te tenemos una listita de mierdas tuyas que ya vas a ver cabrón!”, dijo uno de los jóvenes que lo interrogaban, al tiempo que le pegaba una patada. (Fragmento de “Memorias de un guerrillero”, libro de testimonio escrito por el ex comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), “Balta”, Juan Ramón Medrano.
El interrogatorio ocurrió en una casa clandestina de San Salvador antes del fatídico 10 de mayo de 1975; entre los “fiscales” estaba Edgar Alejandro Rivas Mira –Jefe entonces del ERP-; su segundo al mando, Joaquín Villalobos (actualmente residente en Inglaterra), y Jorge Meléndez (actual concejal de la Alcaldía de San Salvador, gobernada por el FMLN). El “sentado en el banquillo” era el poeta revolucionario Roque Dalton, a quien finalmente los tres “fiscales, jueces y verdugos a la vez” -junto a otros tres que ya fallecieron- terminaron asesinando.
El libro-testimonio de “Balta” comienza con el crimen contra Dalton; es una fuente inagotable de pruebas de las arbitrariedades cometidas, en el caso referido y muchos otros más. Pero el crimen contra Dalton se mantuvo y se mantiene en la impunidad, especialmente porque la misma izquierda local se ha negado a debatir y sanar semejante herida, no sólo con la familia, sino con toda la sociedad y con la intelectualidad. Y no es que todo el liderazgo del FMLN esté involucrado en el hecho concreto, pero si en su silencio cómplice.
De acuerdo a lo investigado, Dalton fue acusado por la dirección del ERP de ser “agente de la CIA”, agente “cubano”, “revisionistas”, “indisciplinado, bolo y pequeño-burgués”, pero también por ser “poeta”. Además, se confirma que antes de ser asesinado, fue sometido a torturas y vejámenes, lo cual coloca el crimen en una particular dimensión de violaciones a los Derechos Humanos: delito de lesa humanidad, lo cual debería ser materia de oficio de las instituciones de justicia y de las organizaciones de derechos humanos salvadoreñas y latinoamericanas. La mancha de gente de izquierda asesinado y torturando no debe quedar sin justicia.
Pero bien, retomemos el hecho de que Dalton fue acusado por “escribir poesía”; es decir, que un acto de creación artística fue catalogado por una dirección revolucionaria como un acto “subversivo y de traición” y que merecía la muerte. Estas y otras manifestaciones de extremismo, del pasado y del presente, continúan repitiéndose, precisamente porque el pasado no ha sido juzgado. Con suma facilidad la disidencia es acusada “traidora” y los intelectuales siguen siendo “no confiables y desafectos”.
Recuerdo que en una ocasión la comandante Ana María –Mélida Anaya Montes-, me contaba meses antes de su atroz asesinato en Managua (a causa de disputas ideológicas), que al inicio de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) se había vivido una etapa de “enconchamiento” contra los sectores intelectuales debido a la desconfianza que se les tenía para incorporarlos a la lucha revolucionaria. Era parte de una visión extrema de “obrerismo”.
La desconfianza contra los artistas y la intelectualidad se ha mantenido; la “revolución salvadoreña” ha continuado despreciando al sector artístico-intelectual, y en el mejor de los casos continúa manteniendo una práctica “utilitario-oportunista”. Hay quienes afirmamos que los políticos sólo se acuerdan de los intelectuales en épocas electorales. No es por gusto que el FMLN tiene entre sus miembros a muy pocos o quizás a ni uno de los destacados intelectuales nacionales. La causa de ello está en el autoritarismo y en el miedo infundido por “depuraciones” como en el caso de Dalton, de Mélida Anaya Montes y los más de 800 militantes que fueron ejecutados por “Mayo Sibrián”, de la dirección de las FPL, en San Vicente. Todavía todos estos casos están en la absoluta impunidad.
Como se puede apreciar, en mi anterior comentario de este blog, si en Cuba hubo un Quincenio o un Decenio Gris; en la vecina Nicaragua también: los más destacados intelectuales sandinistas: Sergio Ramírez, Ernesto Cardenal, Gioconda Belli y Carlos Mejía Godoy, entre otros, quedaron fuera del FSLN, precisamente por ser críticos a líneas oficiales y autoritarias. Cuba parece haber comenzado un proceso de rectificación; Nicaragua, ahora en manos del FSLN, tiene que reivindicarse y restablecer lazos que son sanguíneos. Ello abonará la legitimidad de los procesos sociales del Nuestra América.
Mientras, en El Salvador, no sólo el FMLN, sino toda la izquierda, tiene también la oportunidad de sanar esas cicatrices funestas que constituyeron los vejámenes, el asesinato, los intentos de desprestigio y de ocultamiento que aún victimiza al más destacado de los intelectuales revolucionarios salvadoreños desde hace 35 años. Comencemos por reconocer que contra Dalton hubo un crimen injusto, de lesa humanidad; otorguemos a su figura y memoria una reparación moral; retomemos su pensamiento político como parte del programa democrático transformador y enterremos las arbitrariedades y desconfianzas contra el sector intelectual. Abramos el debate...
A Roque
Llegaste temprano al buen humor
al amor cantado
al amor decantado
llegaste temprano
al ron fraterno
a las revoluciones
cada vez que te arrancaban del mundo
no había calabozo que te viniera bien
asomabas el alma por entre los barrotes
y no bien los barrotes se aflojaban turbados
aprovechabas para librar el cuerpo
usabas la metáfora ganzúa
para abrir los cerrojos y los odios
con la urgencia inconsolable de quien quiere
regresar al asombro de los libres
le tenías ojeriza a lo prohibido
a las desgarraduras para ínfula y orquesta
al dedo admonitorio de algún colega exento
algún apócrifo buen samaritano
que desde Europa te quería enseñar
a ser un buen latinoamericano
le tenías ojeriza a la pureza
porque sabías cómo somos de impuros
cómo mezclamos sueños y vigilia
cómo nos pesan la razón y el riesgo
por suerte eras impuro
evadido de cárceles y cepos
no de responsabilidades y otros goces
impuro como un poeta
que eso eras
además de tantas otras cosas
ahora recorro tramo a tramo
nuestros muchos acuerdos
y también nuestros pocos desacuerdos
y siento que nos quedan diálogos inconclusos
recíprocas preguntas nunca dichas
malentendidos y bienentendidos
que no podremos barajar de nuevo
pero todo vuelve a adquirir su sentido
si recuerdo tus ojos de muchacho
que eran casi un abrazo casi un dogma
el hecho es que llegaste
temprano al buen humor
al amor cantando
al amor decantado
al ron fraterno
a las revoluciones
pero sobre todo llegaste temprano
demasiado temprano
a una muerte que no era la tuya
y que a esta altura no sabrá que hacer
con
tanta
vida.
La noche que supe que mi padre había muerto
Por Juan José Dalton
SAN SALVADOR – Era el año 1975. Había terminado el segundo año de secundaria en la Escuela “Manuel Bisbé”, de Miramar, en La Habana. Estábamos de fiesta porque todo mi grupo había pasado de grado y con buenas notas. Mi grupo era un poco “discriminado”: nosotros éramos “los blanquitos cochinos”, es decir, los “hippys”, a los que les gustaba la música en inglés, por entonces prohibida en las radios cubanas.
Nos habíamos reunido en casa de Smyrna, mi fiel y eterna amiga venezolana. Bailábamos, tomábamos las primeras cervezas y los primeros tragos de ron, más bien, de “Coronilla”, que era el aguardiente que por entonces se vendía en Cuba, así como vino Vermut y un coñac búlgaro.
Estábamos los de siempre: Moré, el novio de Smyrna, así como sus hermanas Sneyma y Yurinzska. Luisa, la mamá de Smyrna, y un grupo de amigos de ella que eran periodistas de diversos medios cubanos. Luisa trabajaba en Prensa Latina, la agencia internacional y oficial de Cuba, un lugar privilegiado donde llegaban noticias de todo el mundo. Yo hacía chistes y me burlaba de medio mundo. En fin, estábamos en gran jodedera, celebrando el fin de curso. Era finales del mes de junio de aquel 1975.
La fiesta fue terminando y nos quedamos un reducido grupo, casi la pura familia venezolana y yo. En eso, sin ninguna precaución, Luisa me pregunta: “Oíme Juan José, ¿en qué paró por fin esa noticia que llegó hace como un mes de El Salvador, en la que se decía que a Roque lo habían matado?”.
Yo sentí como un escalofrío que me atravesó el cuerpo. “No” –respondí inmediatamente y agregué lo que teníamos indicado decir para cualquier caso- “Mi padre está en Viet Nam, hace poco recibimos carta de él y está bien”. Lo cierto que sí sabíamos que estaba en El Salvador y que estaba integrado a la guerrilla.
Luisa quiso cambiar de conversación pero alguien le preguntó más. “No recuerdo muy bien”, explicó ella, “pero la noticia era rara, algo así como que lo había matado la propia guerrilla”. “Creo además que no era cierto porque de haber sido cierto, ya habría un gran escándalo”, finalizó Luisa.
La inquietud y la incertidumbre se apoderaron de mí; la alegría de la fiesta desapareció más de mi alma que de mi rostro; miré la hora y era de madrugada. Tenía que caminar yo solo como más de 10 cuadras: desde Paseo hasta la Calle J. Iba desesperado por llegar a casa.
Teníamos instrucciones de mi madre de contarle todo lo referido a mi padre, cualquier comentario. Así que llegué a la casa y la desperté y le conté todo lo que Luisa me había dicho.
Yo le vi el rostro a mi madre. Ella trataba de ser fuerte pero su mirada la delató. “Andá a acostarte, tranquilo. Mañana hablamos”. Me fui a llorar a mi cuarto, quién sabe cuánto tiempo. Desde entonces no aguanto la tristeza sin que se me salgan las lágrimas como cuando era un adolescente romántico y soñador.
Muy temprano mi madre y mi hermano mayor Roque, nos reunieron a Jorge y a mí en la mesa del comedor. Nos explicaron que había una enorme confusión y que se estaba investigando todo lo referido a mi padre porque las noticias eran que lo habían asesinado, pero que no había ninguna certeza.
Mi mamá y Roque tenían un mes de saber todo lo que estaba pasando pero no quisieron decirnos nada hasta que termináramos el curso.
Los asesinos de mi padre, es decir, la dirección de entonces del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) –encabezada por Edgar Alejandro Rivas Mira y Joaquín Villalobos-, ordenó el asesinato de mi padre el 10 de mayo de 1975, pero no lo dieron a conocer hasta finales de ese mismo mes en un pequeño comunicado lanzado en la Universidad de El Salvador (UES). Alguien después me contó que no tenían el valor de dar la noticia ni menos justificar el crimen, hasta que tuvieron la "gran idea" de decir que mi padre era “agente de la CIA”.
Ese mismo día que se supo la noticia, mi abuela paterna llamó por teléfono a mi mamá desde San Salvador a La Habana. La sufrida señora fue entrevistada por diarios y medios radiales; ella pedía evidencias, pero los criminales nunca quisieron entregar el cadáver y según una versión, sus restos fueron abandonados en un lugar conocido como “El Playón”; el mismo utilizado por los escuadrones de la muerte de ultraderecha para lanzar a sus víctimas.
Este mes de mayo, como todos los mayos desde 1975, en El Salvador y en varias partes del mundo se conmemora el asesinato de aquel gran intelectual revolucionario que fue Roque Dalton. Su vida fue azarosa: el odio, la envidia, la cárcel y el exilio lo victimizaron, pero su obra es un monumento a la inteligencia.
Su muerte dejó en nosotros una herida que no se cierra pero vivimos orgullosos de nuestro padre, a quien esta sociedad (la salvadoreña) y el mundo ha comenzado a reconocer y a apreciar como un talento incomparable y un pilar fundamental de lo mejor de la cultura latinoamericana.
En contraste, sus asesinos Rivas Mira, Villalobos y Jorge Meléndez, podrán vivir en Londres o en Oxford, o San Salvador o en cualquier otro lado del mundo, pero cada vez más la historia los coloca como lo que fueron: los miserables asesinos de Roque Dalton, matones impunes y traicioneros.