¿Quién protege la esperanza?
William Alfaro, periodista
El Diario de Hoy
El Diario de Hoy
Una mañana de junio Esperanza llegó a su trabajo, en una de las maquilas de San Marcos. El portón estaba encadenado y ella era una de las cientos de mujeres que pasaban de la noche a la mañana a engrosar la lista de desempleadas.
Por más de tres años aguantó las extensas jornadas de trabajo, apoyó las denuncias de sus compañeras en los medios y los desalmados atrasos de salarios que iban y venían.
La fábrica estaba cerrada y ahora tocaba esperar que las autoridades hicieran su trabajo. Por meses esperó una indemnización que llegó, casi seis meses después, como un bálsamo para la madre soltera de tres hijas.
La poca plata sirvió para que Esperanza comprara una plancha y se dedicó a la venta de pupusas en la esquina de una calle de San Miguelito.
Con la ayuda de sus hijas el negocio comenzó a florecer. A los pocos días el “pisto” ya alcanzaba para cubrir la renta del pequeño local y para comprar pequeños detalles para complacer a los comensales.
Pero la felicidad de la mujer fue corta. Un día, comenzaron a llegar los mareros. Las primeras visitas significaron unas pocas pupusas y gaseosas, como auto invitación, y después se convirtió en una renta que no sólo fue agotando la paciencia de Esperanza, también su viejo bolsillo.
Esperanza cerró el negocio, se cansó de la renta, de las exigencias del CAM por los permisos de operación, de la falta de seguridad y de la tristeza de llegar a casa cansada de ver como poco a poco su confianza se va terminando.
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