miércoles, 13 de febrero de 2008

El juego de jugar con fuego (Pequeñas palabras)


El juego de jugar con fuego
William Alfaro, periodista
El Diario de Hoy


Para Chema el tiempo se terminó. Después de más de 16 años consideraba que todo llegaba de una manera inmisericorde al final. Estaba cansado de defender y acorralar cada día y cada noche los recuerdos de la adolescencia.
Giraba el tambor del revólver, que un amigo le confió una vez terminada la guerra. El movimiento se hacía cada vez más familiar y el sonido se fue convirtiendo, poco a poco, en una melodía que le agradaba y a la que seguía con un susurro gutural.
Un día Chema llegó tarde a casa, al colocar la llave sobre la cerradura se enteró que la puerta fue violentada. Entró desesperado y su temor se convirtió en cólera, y más tarde en ira. Su valioso tesoro había desaparecido.
Así comenzó una cacería que terminó una mañana de enero en el panteón, al sur de la ciudad. Chema buscó al ladrón y lo encontró, quería, a como diera lugar, el arma y se la llevaría esa tarde.
Negoció más de más de media hora. La conversación se transformó en un intercambió de palabras intensas y acusaciones.
Al final logró convencer a su enemigo, tomó el revólver, estaba vacío y lo llevó, nuevamente a casa.
Cerró la puerta del dormitorio y comenzó el juego, esta vez, con más descontrol. El tambor se detuvo y escuchó un sonido seco y prolongado. Eso fue todo lo que se supo.
El arma, según cuentan, llegó a manos de su antiguo dueño. La conserva como un tesoro. Un premio que lo llevó a salvar su vida, allá por los años 80, pero que se según “inventan”, le negó más tiempo a Chema.


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