Puerto Santa Lucía, Florida, 21 de julio de 2007.
Edición especial en memoria de Manuel Elías (1938-2007)
1. Manuel Elías: Artista sutil y fiel amigo (Mario Bencastro)
2. Esbozo biográfico de Manuel Elías
3. Las páginas sueltas de Manuel Elías (Mario Bencastro)
4. Carta Post-mortem a mi padre (Manuel Elías)
Manuel Elías: Artista sutil y fiel amigo
Por Mario Bencastro
A mi regreso de un largo viaje por Tanzania y Kenia (África), me encuentro con la triste noticia del fallecimiento de Manuel. De inmediato, ante la sorpresa del hecho, múltiples recuerdos se aglomeran en mi mente, cada uno queriendo prevalecer sobre el otro; recuerdos de su fiel amistad, su frágil contextura física, su modestia, sus innumerables e incansables quijotadas artísticas, su inseparable palillo de dientes, su sonrisa traviesa, su adoración por Van Gogh, su expresivo silencio, sus cartas poemas, etc., etc., etc.
Manuel vivirá en los recuerdos de los muchos que le conocimos, y cada uno de nosotros mantendrá viva una parte de esa personalidad de múltiples características de ese artista sencillo y jovial que él fue.
En lo personal, tuve la suerte de conocerlo cuando él editaba “Algo Pasa”, allá por 1975, y la revista llegó milagrosamente a mis manos en Nueva York, cuando yo incursionaba en la pintura. Una de las muchas cualidades de Manuel era su disposición a impulsar el arte y los artistas, y a él le debo mi primera exposición individual de pintura en la Sala Nacional de Exposiciones.
Manuel era así, amigo fiel y amable, incansable productor de ideas, líder silencioso y enemigo de conflictos, hombre tranquilo, sentado en su esquina solitaria, desde donde observaba el trajín del mundo y se las ingeniaba para extraer lo trascendental de las cosas simples, es decir la esencia poética, es decir el elíxir de su existencia.
En ese sentido Manuel y su hermano Rolando eran mellizos. Dos caballeros artistas. Rolando el poeta de la rosa; Manuel la poesía viviente inspirada por Van Gogh, su pintor y personaje preferido, reflejado en la exquisita y sutil frescura de sus acuarelas, y sus escritos breves y melancólicos.
En mi reciente viaje a Tanzania, recorriendo las extensas planicies de Ngorongoro me encontré con un monumento excepcional y mágico que los nativos llaman Arena Cambiante, una montaña oscura que se mueve bajo el impulso del viento, y que a través del tiempo ha viajado miles de metros. Nadie conoce su origen. Como si de pronto hubiera caído del cielo o surgido de la tierra. Los legendarios nativos Massai, hombres y mujeres nómadas de singular estatura que comparten la planicie con feroces leones y hienas, jirafas y elefantes, hipopótamos y leopardos, consideran la Arena Cambiante como un templo, un oasis para la reflexión, una montaña conformada por diminutos granos de arena como los astros del vasto universo.
Manuel Elías fue un artista en constante movimiento, siempre en busca de nuevas ideas y proyectos, siempre tras la pista del elemento poético que se esconde en la esencia de todo. Como la Arena Cambiante de Ngorongoro, ayer Manuel estuvo entre nosotros, hoy desapareció, pero mañana lo descubriremos en una esquina de nuestra memoria, sentado y observando los pájaros y las nubes, libreta en mano, dibujando una flor o escribiendo una metáfora, apretando un palillo de dientes entre su sonrisa sutil, y nosotros diremos con alivio “Ahí está Manuel”, y sonreiremos con él como siempre lo hicimos.
Esbozo biográfico de Manuel Elías
Nació el 16 de mayo del año 1938 en la ciudad de Mejicanos, El Salvador. Falleció en San Salvador el 11 de julio de 2007, tres meses después de que se le diagnosticara un tumor maligno en el estómago.
Estudió Dibujo y Pintura con el maestro español Valero Lecha, 1959-1963. En 1964, recibió un curso de escultura con la maestra italiana Silvana Cerquetti.
En 1969 funda con los pintores Antonio García Ponce, Miguel Ángel Polanco y Carlos Castaneda, el grupo “Manchanueva”. El grupo realiza exposiciones en la Sala Nacional de Turismo, Universidad Nacional, Teatro Nacional de Santa Ana y en la calle.
En 1970 recibe un curso especial de Historia del Arte patrocinado por Bellas Artes. De 1975 a 1980, edita la revista “Algo Pasa”, abre la galería “Centro” y el Taller “Arte-Libre”; éste, con Miguel Ángel Polanco, con quien diseña y pinta el mural “Viejo San Salvador” para el Banco Internacional. En la misma época, mantiene la página de artes plásticas del diario “El Mundo”. Poco después, la página “FORMA” en El Diario de Hoy, por encargo de la maestra Julia Díaz.
En 1980 participa en el concurso internacional de dibujo sobre el tema “La Danza”, patrocinado por la UNAM de México, y obtiene una Mención Especial. En 1987, expone con el pintor Bernardo Crespín, en galería “Mayo”. En diciembre de 1989, expone la serie “El Mar Prometido” en la Sala de Arte “Atlacatl”, trabajos en acuarelas. Un año después, expone en Galería “Imagineros”.
Fue Secretario General de la Asociación de Artistas Plásticos de El Salvador (ADAPES), en calidad de fundador. Fue propuesto por la Embajada de Francia acreditada en el país, a la nominación de Caballero de las Artes. También participó en la edición de la revista “Hormiga”.
Publicó: “Cartas a Van Gogh”, “Informe de Estocolmo”, “El Tahúr”, “Viaje a Honduras en un Camper”, “Rolando y Yo” (una edición de Clásicos Roxsil), y otros cuadernillos. Está por salir “Carta Post-Mortem a mi Padre y Otros Escritos”. En disco compacto, está editada la canción “Oración al Viento” y el relato “El Tahúr”, en la voz de Edgardo Cuellar.
Coeditó la revista virtual “LA RENDIJA”, página de Internet www.larendija.com.sv. Mantuvo “La Rendija Familiar”, que se distribuye por medio de correo electrónico en el ámbito de su familia.
En el año 2000, fue honrado por la alcaldía municipal de San Salvador con la placa “NOTABLES DEL SIGLO XX”, en la rama de Pintura junto con otros artistas salvadoreños.
En el año 2006 abrió el Centro Cultural “LA RENDIJA”, en donde promovió diferentes actividades artísticas y culturales. Destacaron las exposiciones en honor a Vincent Van Gogh y las individuales de Antonio García Ponce y Ricardo Lindo.
Su producción literaria reciente fue el relato “Homenaje a Juan Rulfo”, que recrea a Pedro Páramo en diálogos con los personajes de Elías: Andrés Ventura, Domingo Urbano, el general Honorio Portales, Ana María Andrade y otros más.
En sus últimos días se mantuvo recluido en Ayutuxtepeque, pintando y distrayéndose con la escritura de textos para “LA RENDIJA”.
Las páginas sueltas de Manuel Elías
Por Mario Bencastro
(ArteNet 18 de enero de 2004)
En este mundo actual, tecnológico y globalizado, en que el arte se produce en cantidades industriales como cualquier otro producto de consumo, en que los escritores establecidos se convierten en mega proyectos comerciales y best-sellers, y sus obras se traducen automáticamente a todos los idiomas –incluso al latín, lengua considerada muerta– es refrescante, y casi una suerte, encontrarse con la obra del pintor y escritor salvadoreño Manuel Elías.
La obra escrita de Elías aún conserva un sabor artesanal. Los personajes están delineados con letra espontánea, y dibujados a mano. Y es precisamente ese espíritu despreocupado y sin pretensiones de las ediciones de la obra (Ediciones de bolsillo, Ediciones Mínimas, Ediciones Hormiga, Ediciones para leer en el avión) lo que desarma al lector de formalidades y lo predispone al simple acto de leer estas pequeñas joyas literarias como El tahúr, Informe de Estocolmo, Hojasuelta, Carta de locos, Pájaros al vuelo, Juan Caminos, Rolando y yo.
Son obras acentuadas por el lirismo, la nostalgia, la amistad, la poesía, la pintura, personajes de barrio; con una buena dosis de humor y una filosofía producto del diario vivir y no de abstractos principios intelectuales. La obra escrita de Manuel Elías es lúcida, tierna y transparente; de ahí que el lector que busque en ella los conceptos de rigor con que actualmente se clasifica la literatura –estilo, escuela literaria, estructura, lenguaje, etc. – se topará con una pared de total informalidad, perderá el tiempo, y las hojas sueltas de los libritos se las arrebatará el viento.
Son páginas sin engrapar, fotocopiadas de textos escritos con una máquina de escribir de principios del siglo pasado. Pero los textos son inventivos, de una frescura humana, reposada y poética, que sobreviven a las tempestades y conflictos políticos y sociales, y a los intelectualismos de moda. Ejemplos de esto son Informe de Estocolmo y El tahúr.
Los dibujos, asimismo, parecen haber sido hechos con canuto y tinta de caligrafía, pero contienen una vitalidad visual, como Barú el mago, La olla de los pensamientos, Bernardo Crespín, El coleccionista de mariposas, Zarko el perro.
Manuel Elías pinta y escribe en su "choza" en San Salvador. Sale a la calle cuando los colores de sus pinceles se secan; a observar las hormigas, los pájaros, los hombres –"esos seres grandiosos e insignificantes, serios y ridículos que somos los fulanos de todos los días, el ciudadano anónimo que va por la calle, ese ser un poco ido y despistado que somos usted y yo".
Si usted tiene suerte, es posible que encuentre a Manuel Elías en La Ventana, dibujando en su pequeña libreta, iluminado por una taza de café y su espíritu de artista inclasificable.
No se pregunte dónde puede conseguir la obra escrita de Manuel Elías porque, como la de muchos artistas marginados, no está publicada en libros vendidos en librerías comerciales como el último grito editorial. Quizá algún día un editor, quijote como el escritor, se digne recogerla y publicarla, aunque presiento que la literatura de Manuel Elías no se presta a convenios ni recetas comerciales.
Por suerte, nos han caído del cielo, como pájaros errantes, ciertos textos, y a continuación tenemos el placer de reproducir uno de esos textos memorables.
Carta Post-mortem a mi padre
(Circa 2004).
Por Manuel Elías
Hoy, en esta tarde de junio, quizá sea el día de decir que soy un hombre viejo. Estoy acompañado de una copa de vino tinto a mi derecha y un jarro de camelias y jazmín a mi izquierda. Así me siento: hombre viejo, que escucha a los pájaros, que ve luces en las paredes... y que todavía oye los ruidos de la calle.
Estamos en el invierno del año 89. Ha pasado mayo con sus hormigas y vamos ya promediando el mes de junio. Aquí, sentado en la silla de bejuco, recuerdo a mi padre. Está parado entre el marco de la puerta que da a la calle, observando el exterior. Una nube de humo de su cigarro lo cubre y lo hace casi transparente, permanece allí ensimismado algún rato; luego, regresa a su habitación. Pone en su cabeza el sombrero Borsalino de medio lado, tal como lo hacía el actor de cine Humphrey Bogart, y silencioso sale a la calle con saco y corbata dejando al paso un aroma a Kashmere Bouquet.
La madre Eva sonríe cuando le hablo de estas cosas e interviene para contar cómo era su esposo Manuel, mi padre, quien allá por 1943 anduvo construyendo, con otros salvadoreños atraídos por la ilusión del dólar y la aventura, el Canal de Panamá, en plena guerra mundial. Allí estuviste padre, entre tractores, aguaceros y lodazales, pintando cascos de barcos o con la piocha, pico y pala entre tus manos morenas, sudando la nostalgia de tus hijos y familiares.
Pienso que hoy se han venido a parar sobre esta silla de bejuco todos los pájaros solitarios del mundo, huyendo de la tormenta que azota a la montaña.
Yo sé que tú existes todavía. Porque además de padre, fuiste un amigo en mi infancia... y porque en este aroma del jazmín y las camelias se viene tu presencia... y siento tu paso de hombre triste con un periódico bajo el brazo caminando hacia el tranvía de la eternidad... Estás vivo padre, estás presente en el sentimiento, en esta copa de vino, en la lluvia que cae, y en estas flores de olor agradable y fresco...
Padre. Hoy te he visto a través de la copa que sostengo en mis manos, y has venido como un pájaro a posarte en una rama del árbol más cercano. Hoy sé que estás presente en todas partes: en las flores, en el agua, en el aire, en el árbol que crece y da frutos, en el viento que pasa, del que nadie sabe de dónde viene ni para dónde va...
Tú eres el abuelo de mis hijos, padre; ellos están grandes. Por todo esto, tengo la manía de decir que soy hombre viejo, aunque en el fondo sigo siendo el mismo niño que tú conocieras. Aquel niño asido de tu mano que te acompañaba al bar de tus canciones de Gardel y Agustín Lara, o cuando íbamos al Diadema a saborear sorbete allá en la Plaza 14 de Julio, donde había una torre con un reloj enorme en medio de la calle.
Rolando me cuenta, con todo detalle, el día de tu retorno al país cuando llegaste en barco del Canal de Panamá, en medio de una noche de azul profundo y faroles amarillos que titilaban como estrellas sobre la inmensidad del Océano Pacífico y cálido de nuestra costa, de nuestra tierra. Rolando y mamá fueron a encontrarte esa noche al muelle del Puerto de la Libertad.
Para terminar, evoco tu figura siempre sola en la puerta exterior que ha quedado pegada a mi memoria como vieja fotografía en el álbum del recuerdo...
ArteNet © 2007 Mario Bencastro – Director. Fundación: 1999.
Correo: mcastro@rcn.com. Internet: www.MarioBencastro.org
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