lunes, 16 de abril de 2007

ArteNet

ArteNet * Servicio internacional de información cultural *

Puerto Santa Lucía, Florida, 16 de abril de 2007.

En esta edición:

1. Ventana Abierta (Víctor Fuentes)

2. Pasajeros en el tiempo (Vladimir Monge)

3. Amat el peregrino (Mario Bencastro)

4. Ética y Política: María Julia Hernández, un ejemplo para la política (José M. Tojeira)


Ventana Abierta

Víctor Fuentes, Editor.


Acaba de salir el número 22, primavera 2007, de Ventana Abierta, "revista latina de literatura, arte y cultura". Es un número monográfico dedicado al tema Inmigrantes, de tan gran y acuciante actualidad. Frente al ignominioso muro que se pretende construir en la frontera separando a Estados Unidos, por México, del resto del continente americano, las 110 páginas de Ventana Abierta levantan un mural artístico y literario de imágenes, voces y letras, que opaca e invalida tal injuriosa afrenta.


Las distintas habituales secciones de la revista --ensayo, narrativa, testimonio, poesía, mirador al pasado y reseñas-- tratan del tema, desde los varios géneros literarios. Las ilustraciones son de Martín Ramírez, inmigrante quien hizo la totalidad de su
originalísima obra como paciente de una institución psiquiátrica, y que ahora es reconocido como un importante pintor del siglo XX; Isaac Hernández, con un estudio fotográfico sobre la frontera y de Martivón Galindo, con un desgarrador cuadro titulado: No Human Being Is Ilegal.


Como en otras ocasiones, entre quienes colaboran encontramos nombres bastante reconocidos de quienes escriben en español en Estados Unidos, Mario Bencastro, Víctor Fuentes, Isaac Goldemberg, Consuelo Hernández, Rolando Hinojosa-Smith, Jorge Kattán, Luís Leal y son colaboradores habituales, junto a nuevos colaboradores de distintas regiones de Estados Unidos. Fernando Olszanski, Raúl Dorantes y Febronio Zatarain, de Chicago, Mary S. Vásquez de las Carolinas, Marta Isabel Pérez de Nueva York, Nathalie Kasselis-Smith y Stella Moreno del Estado de Washington, y Rose Marie Salum de Houston.


El número suelto de la revista cuesta $8, la suscripción, dos números por año, $14.
Se puede pedir a Ventana Abierta, Center for Chicano Studies, UCSB, Santa Bárbara, CA 93106. Cheque a nombre de UC Regents.

Personas que quieran comunicarse o dialogar con los editores lo pueden hacer a sus respectivos correos electrónicos: Luis.Leal3@gte.net Víctor Fuentes: fuentes@spanpor.ucsb.edu

Pasajeros en el tiempo

Vladimir Monge


La idea de escribir este libro surge a partir de la necesidad de expresar ciertos sentimientos y pensamientos con relación a la experiencia de ser inmigrante, acorralado entre la necesidad de la permanencia fuera del país y el sueño –de muchos– de algún día regresar.

El tema del libro Pasajeros en el tiempo es, a la vez, una verdad concreta en cuanto a la corta duración de la vida, y la expresión de un sentido de urgencia por abordar los temas que me interesan en la época que me toca vivir: “intento aferrarme a la vida / arañando las horas / deslizándome semana a semana en esta inquietud que me aleja y me acerca a tu presencia”.

En muchos sentidos esta urgencia es influenciada por el hecho de haber perdido mis padres a una edad muy joven, lo que me llevó a reflexionar sobre lo breve que es la vida y la necesidad de aprovecharla a través de la palabra para trascender en el tiempo.

Los poemas contenidos en este libro tratan desde la experiencia migratoria, la lejanía de la patria y el amor por el país (El Salvador): “y te recorro enterita en mis sueños / diciéndote que te quiero / y que quiero estar con vos / para dar pasos firmes / y libres”, hasta la oposición a la guerra, la denuncia, a mi manera, de la pobreza y la desesperanza.

Los salvadoreños, como sobrevivientes de una guerra larga y cruel, asociamos nuestros recuerdos de esa época con las actuales guerras en el mundo: “siento cómo asaltan mi conciencia / justificando a plena luz / los horrores de la guerra y su demencia / siento cómo me asaltan a cuchillo mis recuerdos / de otros tiempos sangrientos...”. Y creo que en muchos de estos textos incluidos en este libro, está presente esa angustia, mezcla de dolor y de impotencia ante la fatalidad de los sucesos en la vida cotidiana y del mundo.

También el sentido de lucha y el optimismo, a pesar de todo, está reflejado en muchos textos del poemario: “donde la uva y el maíz / en la pobre mesa vencida / ya no sean una ilusión / en el espejismo colectivo que produjo el hambre...” Lo mismo que el tema del amor y los pequeños detalles de la relación humana de pareja: “en el pequeño universo nuestro / somos elementos / tu pasión es un recurso / nuestro sexo un argumento...” y “hoy que te tengo canto / hoy que te quiero siento / hoy que me amas grito / y me regocijo desafiando al silencio...”

He escrito poesía desde mis años universitarios pero mis textos nunca fueron más allá de las gavetas. Pasajeros en el tiempo es la primera propuesta que se publica y que recoge una colección de textos de los últimos cinco años. Creo firmemente que la poesía no está hecha solo de palabras. De hecho, cada aspecto de la actividad humana y la naturaleza es poético; las palabras solamente son el medio para expresar nuestra percepción de tal realidad.

Pasajeros en el tiempo fue escrito en español y traducido al inglés. Decidí presentar un libro bilingüe porque es la realidad de nuestra comunidad en Estados Unidos. Creo que tenemos que facilitar el acercamiento entre comunidades tan diversas con las que convivimos; debemos ir más allá de lo confortable en nuestra zona de “seguridad” y tender puentes hacia la comprensión y apreciación de las diferencias culturales que lejos de dividirnos deberían unirnos.


Frío en la ciudad

La tarde se prepara para atrapar

las esquinas calladas de la ciudad.

Hace frío, mucho frío;

hojas secas y sofá,

café caliente y silencio;

es una tarde de perro echado

y no tengo una guitarra.

Hay rumores de muerte en la brisa;

susurros lastimeros que penetran las paredes

desde tantos rincones del planeta que agoniza.

La televisión vierte incesante la sangre

de vencedores y vencidos

y yo estoy aquí,

en el cuestionamiento sin sentido de mis días

sin encuentros,

sin mañanas esplendorosas de abrazos y de risas.

El tiempo está burlándose de mí,

pobre ser enloquecido de tanto amar en silencio.

Siento cómo asaltan mi conciencia

justificando, a plena luz, los horrores de la guerra

y su demencia.

Siento como me asaltan a cuchillo mis recuerdos

de otros tiempos sangrientos

y me inclino sobre la brisa,

sobre el silencio,

sobre el tiempo.

¡Qué esperar tan largo por ese no sé qué de mi letargo!

Sorbo la tarde despedazada y tierna

y siento el frío cruel que me arrebata las horas.

Yo sigo, seguiré,

hasta que el amor o el silencio

me venzan.


Presentación y lectura del libro Pasajeros en el tiempo, por Vladimir Monge:

Fecha: miércoles 2 de mayo, 6:30 p.m. Lugar: Embajada de Venezuela. Salón Bolivariano. 2443 Massachusetts Avenue NW, Washington, D.C. 20007.

Correo del autor: vladmonge@yahoo.com


Amat el peregrino (Cuento)

Mario Bencastro


Huepet falleció agobiado por los achaques de la vejez. Perteneció a la estirpe de Balám Acab, uno de los originales hombres de maíz creados por Tepeu y Gucumatz, las deidades que regían el antiguo universo maya.

Por ese tiempo, del otro lado del mar llegó el imperio español que conquistó y sometió a los vastos señoríos de América. Las razas y las sangres se mezclaron, nacieron nuevos seres humanos que adoptaron otras costumbres y lenguas, olvidaron sus antiguas raíces, y adoraron al dios de los vencedores.

Siglos después, Amat, descendiente de Huepet, emprendió la búsqueda de sus antepasados por tierras en que se conservaban vestigios de ciudades milenarias y razas de antiguo esplendor.

El afán de Amat lo llevó a Teotihuacán, donde meditó ante el templo de Tlaloc-Quetzalcóatl, recorrió la calzada de los Muertos e imaginó muchedumbres que transitaban aquel camino con suntuosas vestimentas ceremoniales, encabezadas por héroes de cruentas batallas rodeados de sus presas, fuertes guerreros esclavos y bellísimas mujeres, ofrendas para el señor de la comarca.

Las noches encontraban a Amat en la cúspide de la pirámide de la Luna, desde donde, en largas vigilias, observaba aquella ciudadela que en tiempos inmemoriales fuera un centro de poderosa influencia cultural entre las razas totonaca, zapoteca y maya.

El mediodía lo hallaba en las graderías de la pirámide del Sol, recorriendo con agilidad amplios escalones de piedra, observando las águilas que esparcían sus enormes alas en el océano azul del infinito, como si portaran mensajes acaso claves para el descubrimiento de su linaje, los que él nunca recibiría del ave sagrada porque la pureza de su raza había desaparecido en su ser a través de tantas generaciones. Sin embargo, Amat presentía que por sus venas aun corría al menos una gota de la sangre de sus ancestros, pero ésta era tan insignificante y débil que él no se consideraba digno de acercarse a aquella deidad de los aires. Mas la obsesión por conocer su verdadera identidad estremecía con fuerza y persistencia todo su ser, y no lo dejaría en paz hasta que la descubriera.

Se marchó de Teotihuacán sin encontrar mínimas señales de respuesta. El enigma lo empujó a viajar hacia otras comarcas legendarias, pues para él carecía de sentido existir ignorando su origen, sus raíces, su sangre.

Amat se sentía extranjero en el mundo, como si su raza hubiera desaparecido de pronto y él hubiera quedado abandonado en este extraño lugar, acaso como castigo divino por un pecado del cual él no era culpable.

En Chichén Itzá su alma se estremeció al encontrarse ante la imponente pirámide de Kukulcán, la que a pesar de presenciar por vez primera le parecía haberla escalado incontables veces, acaso en sueños, para visitar al príncipe de la región, quien lo había recibido en su trono rodeado de fuertes guerreros, jaguares sagrados y hermosas doncellas.

Aquel pasaje se presenta de forma borrosa en su memoria, como si el recuerdo datara de siglos. "¿A qué habré venido?" se preguntaba con insistencia y desesperación, pues la respuesta acaso encerrara la clave de la razón de su existencia.

Amat escaló el castillo de Kukulcán y desde la cima observó el anfiteatro del Juego de Pelota, la plataforma de Venus, el templo de los Guerreros y la plaza de las Mil Columnas, restos de la época en que los mayas itzaes fueron conquistados por huestes toltecas que emigraron a estas latitudes después de la disolución de su imperio antiguamente asentado en Tulán, trayendo consigo su máxima divinidad, Kukulcán, Dios de la serpiente emplumada, integrando su arquitectura a la de Chichén para construir aquella bella ciudad en que descolló la magnificencia de las culturas maya y tolteca.

Amat escuchó un vocerío proveniente de la plaza, en la que empezaba a congregarse una muchedumbre. Alguien comentó que ese día se producía el equinoccio de primavera, época del año en que la duración de los días y de las noches es exactamente la misma en toda la tierra, porque el sol, en su trayectoria aparente, corta el plano del ecuador.

Amat fue a unirse a la celebración. Varias gentes estaban ataviadas con atuendos ceremoniales, y en el rostro de la mayoría se advertía un entusiasmo y una excitación particular. De pronto el cielo se llenó de una luz extraña y todas las miradas se volcaron hacia la imponente pirámide. La sombra que cubría el ángulo noroeste del monumento se reflejó sobre la balaustrada de los escalones y formó triángulos de luz y sombra que semejaban el movimiento de una serpiente. El efecto fue mucho más espectacular y desató exclamaciones de asombro de la multitud cuando la sucesión de triángulos iluminados tocó la gran cabeza de Kukulcán situada en la base de los escalones, dando la sensación de que la serpiente de luz descendía, lenta y mágicamente, de la pirámide. Uno de los presentes comentó que aquel maravilloso resultado solamente podía ser obtenido con medidas y cálculos arquitectónicos y astronómicos precisos.

La multitud entonó cantos de exaltación a Kukulcán, quien, como en tiempos inmemoriales, en un haz de luz había descendido a la tierra trayendo un mensaje de renovación y grandeza.

Amat, poseído de gran excitación ante aquel singular espectáculo, pensó que sus antepasados eran pueblos en verdad gloriosos, de excelsos artistas y genios impresionantes.

La multitud, aún enardecida por el hecho extraordinario que acababa de presenciar, fue diseminándose gradualmente. Amat pasó al anfiteatro del Juego de Pelota, lugar en que antaño se celebraba aquel rito sagrado dedicado a los dioses, en que la vida de los vencedores se entregaba como ofrenda al Todopoderoso.

El ámbito y los edificios le parecían conocidos, pero no encontraba allí ningún indicio de respuesta a su inquietud. Piensa que tal vez le es necesario viajar a otras ciudades antiguas, donde posiblemente algo le fuera manifestado. ¿Podría estar la revelación inscrita en la pirámide mayor de Tikal? ¿En el templo de las inscripciones de Copán? ¿En los resquebrajados altares de Tazumal? Sólo los dioses lo sabían, y parecía que ellos no estaban dispuestos a comunicárselo.

Amat continuó el recorrido por la ciudadela de Chichén Itzá, y uno de los senderos lo condujo al Cenote Sagrado, un ancho, circular y hondo abismo, donde en tiempos pasados se lanzaban joyas y doncellas vírgenes como ofrendas a los dioses, cuyos imperios radicaban en la profundidad de las aguas.

Se creía que el abismo del Cenote Sagrado llevaba a Xibalbá, el ámbito de la oscuridad donde reinaban los hombres de palo, en un tiempo desterrados del mundo de la luz por contradecir la voluntad de Tepeu y Gucumatz. Cuando las dádivas y los sacrificios descendían a la profundidad, los dioses decidían si los aceptaban o no. Los rechazados pasaban a ser propiedad de los descendientes de Hun-Camé y Vucub-Camé, feroces caciques de Xibalbá, quienes los incineraban para alimentar el débil fuego que lograban mantener en aquella región de tinieblas, fría y desolada a que habían sido confinados desde que fueron vencidos por los héroes gemelos Hunahpú e Ixbalanqué en un legendario juego de pelota.

La descomunal boca del Cenote Sagrado ejerció de pronto en Amat un poderoso atractivo, el que se unió al influjo de energía que la luminosa aparición de Kukulcán había creado en su espíritu. Él creyó que aquellas eran las fuerzas del destino. Subió al borde circular y sin pensarlo se lanzó a la profundidad.

En el largo descenso sintió que su cuerpo experimentaba una metamorfosis, se volvía liviano y se purificaba, y cuando tocó las aguas ya se había transformado en su nagual, su otro ser, un nativo de aquel abismo. ¿Lo aceptarían los dioses o lo condenarían a la oscuridad eterna de Xibalbá?

Tepeu y Gucumatz, sentados en sus resplandecientes tronos de oro y plumas de quetzal, lo esperaban sonrientes. El largo peregrinaje de Amat había concluido. Finalmente se encontraba donde pertenecía: en la maravillosa tierra prometida de sus antepasados.


Ética y Política: María Julia Hernández, un ejemplo para la política

José M. Tojeira


En tiempo de Resurrección bueno es hablar de aquellas personas que trascendieron la realidad, que nos dejaron ejemplo de vida y que, desde la fe cristiana, viven con el Señor. Una de ellas es María Julia Hernández, fallecida muy pocos días antes del inicio de la semana santa. Aunque en muchos aspectos la podríamos poner como ejemplo, pues era una persona en muchos aspectos extraordinaria, dados los tiempos que corren, y dado el cariz de esta columna, enfocada a la promoción de un compromiso político decente, reflexionaremos hoy sobre las dimensiones políticas de la vida de esta mujer.

Y cuando hablo de política hablo en general. No de política partidaria, pues María Julia nunca perteneció a ningún partido, sino de esa responsabilidad ciudadana que todos y todas debemos tener. Y es precisamente de esa política primordial, de esa capacidad de contribuir a ordenar la vida ciudadana al bien común y al desarrollo libre de la persona, de la que debemos hablar hoy con urgencia. Pues aunque la política partidaria es necesaria e indispensable en la vida democrática de los pueblos, más indispensable es todavía que la política esté apoyada en principios profundamente humanos. Sin valores propios de humanidad, la política se corrompe y se convierte, como tantas veces hemos visto en la historia propia y ajena, en criadero de ambiciones, explotación y abuso del hombre por el hombre.

En este hacer política del bien común, al que todos estamos llamados, María Julia partió de los Derechos Humanos. En un tiempo en que se violaban sistemáticamente, y en el que estilos represivos y violentos de hacer política se habían convertido en la tónica de nuestro convivir (o “conmorir”, tal vez mejor para estar de acuerdo con la realidad), esta mujer frágil pero decidida, impulsada por su fe, su amor a la Iglesia y a la humanidad al mismo tiempo, derrochó energía, trabajo, actividad en favor de las víctimas de una situación inhumana. Y nos dejó en ese sentido una primera lección política. No se puede construir futuro en un país sin el respeto a los Derechos Humanos. Esos Derechos que nacen de la igual dignidad humana, que se confirman en la misma ansia de libertad que nos empuja a desarrollar al máximo nuestras posibilidades vitales, y que se nutre de la solidaridad como alimento indispensable de una humanidad vulnerable y que necesita de la comunidad para prolongarse en la historia.

No hay desarrollo sin Derechos Humanos, como tampoco hay paz ni justicia sin ellos. Un mensaje que con dificultad han entendido algunos sectores de nuestro país, que siempre han visto los Derechos Humanos como una doctrina de “izquierdas”, y que nunca han entendido que la pobreza es también una violación de dichos derechos.

Su segunda lección fue, para quien quiera hacer política de verdad, tan importante como la primera. No podemos construir una historia patria que pueda calificarse como simplemente humana, si creamos víctimas de un modo sistemático. Al contrario, cuando la historia manejada por los seres humanos produce víctimas, el único modo de hacer política éticamente es trabajando por el cambio de las estructuras sociales que producen víctimas. Y con respecto a las víctimas del pasado injusto sólo hay un camino: devolverles la dignidad. María Julia trabajó arduamente en este campo, ya en tiempo de paz (esta paz marcada por homicidios, violencia y desintegración social), convirtiéndose en el alma, entre otras muchas tareas, del inmenso glosario de víctimas construido en el costado del parque Cuscatlán. Un recuerdo agradecido para quienes con su sangre hicieron mucho más por la paz que quienes finalmente firmaron los acuerdos que sellaron el fin del conflicto.

Para los políticos queda la lección de saber que la historia, la historia verdadera, no se construye con la sangre de las personas sino con la vida de las mismas. Ningún éxito político justifica la muerte de un inocente. Y nadie es culpable ni malo por pensar diferente, por reclamar pacíficamente sus derechos o por dar una tortilla con sal a un guerrillero o a un soldado hambriento. El respeto a la vida, la defensa de las víctimas es el único camino de humanización. La ley del más fuerte lleva siempre a la destrucción de lo humano, a la ruina y a la angustia.

Somos un país pequeño y tenemos la capacidad de aprender unos de otros. No podemos valorarnos exclusivamente por el éxito económico o social. Para que algunos hermanos lejanos triunfaran en Estados Unidos, hubo quien tuvo que morir en el desierto, asfixiarse en el doble fondo del trailer o ser sacado de un modo denigrante de los Estados Unidos acusado de “ilegal”. Para que quienes amaban la guerra se decidieran por la paz, fue necesario que murieran muchas víctimas inocentes, desde niños a ancianos y mujeres embarazadas. Y que la sangre injustamente derramada se convirtiera en clamor de paz dentro y fuera de nuestras fronteras. María Julia sabía eso y no quería que nuestra historia siguiera convirtiéndose en el escenario del triunfo de unos pocos a costa del sufrimiento de muchos y muchas. “Revertir la historia”, que decía Ellacuría, fue una práctica constante de María Julia.

Quienes manejan la opinión pública tienden a silenciar historias como la de ella, o tantos otros defensores generosos de los derechos humanos. Porque las víctimas molestan siempre a quienes detentan poder, bienestar o riquezas. Lo mismo que a quienes no quieren pensar más que en sí mismos y en sus ventajas personales. Y no se aguanta que alguien las defienda o las recuerde. Pero en el argo plazo, en este país pequeño, donde, como dicen algunos, “todos nos conocemos”, sólo habrá futuro cuando reconozcamos a personas como María Julia Hernández. Porque en ella estaremos reconociendo no a la razón de la fuerza, que tanto luto ha dejado y sigue dejando en El Salvador, sino a la fuerza de la razón. Y a la fuerza de la generosidad benevolente, de la misericordia y la solidaridad, que en esta mujer extraordinaria se expresó desde su fe cristiana. La única fuerza que construye humanidad y que permite que los hombres y mujeres continuemos haciendo habitable el mundo que vivimos.


ArteNet © 2007 Mario Bencastro – Director. Fundación: 1999.

Correo: mcastro@rcn.com. Internet: www.MarioBencastro.org

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