sábado, 6 de septiembre de 2008

Aprender a llorar

A veces, en noches en los cuales todos los caminos nos llevan a los cementerios en los que moraremos, comprendemos que existe un verdadero lugar en el que tendremos unos días de paz.
No hay manera de confirmarlo esta tarde, no hay quien pueda decirnos con qué ropa llegar, en qué estado, a qué horas habrá que llegar, pero sí existe una forma plena de convencernos que podríamos quedarnos por más de unos meses, unos años...
En este sitio podríamos aprender muchas cosas, una de ella, y de las más terribles es aprender a llorar, no llorar como los cocodrilos, o cacuíes, como asegura Oliverio, "llorar todo el insomnio y todo el día" y lo que resta del tiempo.
Aprender a llorar, significaría alejarnos de nuestros ojos, sí alejarnos, y acercarnos a nuestro mar, a nuestros puertos y devolvernos al llanto con el que llegamos a esta vida. Aprender a llorar para despedirnos para hundirnos en la sal de nuestras lágrimas, en un mar salado cercano a los cementerios.

2 comentarios:

Ricardo Hernández Pereira dijo...

Aprender a llorar, uhhhh, y a ahogarnos a nosotros mismos.
Pero, qué rico se sinte al terminarlo de hacer. ¿No crees?

Walo dijo...

Jajajaja. Lo más triste de todo es cuando sobrevivimos al naufragio, y llegamos a nuestras mejillas volcados por una ola, una lágrima inmensa que nos despierta de una pesadilla.
En definitiva, llorar también debe ser considerado un placer, es rico, cuando sacas todo afuera, como lo dijo la Negra...

Adéu.